Durante la época del Virreynato, después de la fundación de Córdoba se cuenta que había en el lugar una mujer muy hermosa pero nadie sabía de dónde venía. No se sabe el sitio exacto donde vivía, aunque los viejos relatos aseguran que tuvo su casa en la hacienda de la Trinidad Chica, que en aquellos años fuera propiedad de los marqueses de sierra nevada. Otras consejas cuentan que vivía en una vieja casona que tenía entrada sobre el antigüo callejón Pichocalco, rumbo al arroyo conocido como Río de San Antonio. A través de los años, su recuerdo quedó envuelto en el misterio y en la leyenda. Esta mujer llevó el nombre de la Mulata de Córdoba.
Cuentan por ahí que era tan hermosa que todos los hombres del lugar estaban enamorados de ella. Mujer de sangre negra y española, pertenecia por su nacimiento a esa clase social tan despreciada durante la colonia.
Sin embargo, dice la narración que la Mulata de córdoba era orgullosa y altiva, dotada de singular encanto, morena y esbelta. Se dedicaba a cuidar, ayudar y curar a los esclavos pues era muy entendida en las artes de la medicina.
También curaba a los campesinos que y algunas veces había algunas familias de alto rango que secretamente solicitaban sus servicios para consultar los horóscopos. De esta manera su fama se fue extendiendo poco a poco por el pueblo. Bajo un largo pesado chal donde ocultaba el rostro y la figura, no faltó quien adivinara al pasar, los hermosos ojos grandes y llenos de misterio, y la boca sensual y roja.
Pero en vano fue requerida de amores; las puertas de su casa permanecían siempre cerradas para los enamorados galanes quienes tenían que aceptar humillados su derrota.
En aquellos años de epidemias y calamidades, cuentan que valiéndose únicamente de las muchas hierbas que conocía, empezó a realizar curaciones que parecían maravillosas, a conjurar tormentas y a predecir eclipses, pronto la superstición se encargó de decir que la hermosa mulata tenía pacto con el diablo, y como la veían vestirse con finos vestidos se dió por aceptada que poseía mágicos poderes. Se contaba también que por las noches, en su casa se escuchaban extraños lamentos y que veían salir llamas de sus cerradas puertas, y cuando algunas personas la espiaban, las atacaba y después desaparecían. En varias ocasiones fue vista simultáneamente en distintos rumbos de la Villa, pues poseía también el don de la ubicuidad.
Todos estos consejos llegarón pronto a oídos del Tribunal de la Inquisición. Aunque no se sabe si fue sorprendida practicando la magia, el caso es que los viejos relatos afirman que fue conducida al puerto de Veracruz, donde se le hizo encarcelar en el Castillo de San Juan de Ulúa para ser juzgada como hechicera.
Allí fue encerrada en una de las celdas donde pasaba las horas tras a la vista del carcelero. Un día la hermosa joven quien a base de buenos tratos se había ganado la estimación de su guardián, le rogó amablemente que le consiguiera un pedazo de carbón. Extrañado el guardián por tan raro antojo, pero ansioso de servir a tan bella prisionera, el hombre llevó a la celda lo que aquella mujer pedía.
Dice la leyenda que la Mulata dibujó sobre las sombrías paredes, una ligera nave con blancas velas desplegadas que parecían mecerse sobre las olas. El carcelero, admirado, le preguntó que significaba aquel prodigio. Cuenta que la joven, con una encantadora sonrisa, le comentó que en ese hermoso velero iba a cruzar el mar, y dando un gracioso salto subió a cubierta diciendo adios al asombrado guardián que la vío esfumarse con la nave por una esquina del obscuro calabozo.
Al día siguiente se dieron cuenta los demás guardianes que su compañero se encontraba con las manos sobre los barrotes y que había perdido la razón; dieron parte al jefe del presidio que la jóven Mulata no se encontraba en el interior de la prisión.
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